Reina Valera Gómez 1Y aconteció un día sábado, que yendo a comer pan en casa de un príncipe de los fariseos, ellos le acechaban.
2Y he aquí un hombre hidrópico estaba delante de Él.
3Y respondiendo Jesús, habló a los doctores de la ley y a los fariseos, diciendo: ¿Es lícito sanar en sábado?
4Y ellos callaron. Entonces Él tomándole, le sanó, y le despidió.
5Y les respondió, diciendo: ¿Quién de vosotros, si su asno o su buey cayere en un pozo, no lo sacará luego en día de sábado?
6Y no le podían replicar a estas cosas. 7Y observando cómo escogían los primeros asientos a la mesa, relató una parábola a los convidados, diciéndoles: 8Cuando seas convidado por alguno a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté convidado por él, 9y el que te convidó a ti y a él, venga y te diga: Da lugar a éste; y entonces comiences con vergüenza a tomar el último lugar. 10Mas cuando seas convidado, ve, y siéntate en el último lugar; para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de los que se sientan contigo a la mesa. 11Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido. 12Y dijo también al que le había convidado: Cuando haces comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que también ellos te vuelvan a convidar, y te sea hecha recompensa. 13Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos, y a los ciegos; 14y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar; pues tú serás recompensado en la resurrección de los justos. 15Y oyendo esto uno de los que estaban sentados con Él a la mesa, le dijo: Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios. 16Él entonces le dijo: Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. 17Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los que habían sido convidados: Venid, que ya todo está preparado. 18Y comenzaron todos a una a excusarse. El primero le dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. 19Y el otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. 20Y el otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. 21Y vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y mete acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. 22Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. 23Y dijo el señor al siervo: Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. 24Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena. 25Y grandes multitudes iban con Él; y volviéndose, les dijo: 26Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y esposa, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. 27Y cualquiera que no trae su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. 28Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y cuenta el costo, para ver si tiene lo que necesita para acabarla? 29No sea que después que haya echado el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a burlarse de él, 30diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. 31¿O qué rey, yendo a hacer guerra contra otro rey, no se sienta primero y consulta si con diez mil puede salir al encuentro del que viene contra él con veinte mil? 32De otra manera, cuando el otro aún está lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz. 33Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. 34Buena es la sal; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será sazonada? 35No es útil ni para la tierra, ni para el muladar; la arrojan fuera. El que tiene oídos para oír, oiga. |