Reina Valera Gómez 1Oh Líbano, abre tus puertas, y que el fuego devore tus cedros. 2Aúlla, oh ciprés, porque el cedro cayó, porque los poderosos son derribados. Aullad, alcornoques de Basán, porque el bosque espeso es derribado. 3Voz de aullido de pastores, porque su magnificencia es asolada; estruendo de rugidos de cachorros de leones, porque la soberbia del Jordán es destruida. 4Así dice Jehová mi Dios: Apacienta las ovejas de la matanza; 5a las cuales matan sus compradores, y no se tienen por culpables; y el que las vende, dice: Bendito sea Jehová, porque me he enriquecido; y sus propios pastores no tenían piedad de ellas. 6Por tanto, no tendré ya más piedad de los moradores de la tierra, dice Jehová: porque he aquí, yo entregaré los hombres, cada cual en mano de su compañero, y en mano de su rey; y herirán la tierra, y yo no los libraré de sus manos. 7Apacentaré, pues, las ovejas de la matanza, esto es, a vosotros los pobres del rebaño. Y tomé para mí dos cayados; al uno puse por nombre Hermosura, y al otro Lazos; y apacenté las ovejas. 8Y destruí a tres pastores en un mes, y mi alma los detestó; y también el alma de ellos me aborreció a mí. 9Y dije: No os apacentaré; la que ha de morir, que muera; y la que se ha de perder, que se pierda; y las que quedaren, que cada una coma la carne de su compañera. 10Tomé luego mi cayado Hermosura, y lo quebré, para deshacer mi pacto que concerté con todos los pueblos. 11Y fue deshecho en ese día, y así conocieron los pobres del rebaño que miraban a mí, que era la palabra de Jehová. 12Y les dije: Si os parece bien, dadme mi salario; y si no, dejadlo. Y pesaron por mi salario treinta piezas de plata. 13Y me dijo Jehová: Échalo al tesoro, ¡hermoso precio con que me han apreciado! Y tomé las treinta piezas de plata, y las eché al tesoro en la casa de Jehová. 14Quebré luego mi segundo cayado, Lazos, para romper la hermandad entre Judá e Israel. 15Y me dijo Jehová: Toma aún los aperos de un pastor insensato; 16porque he aquí, yo levanto pastor en la tierra, que no visitará las perdidas, no buscará la pequeña, no curará la perniquebrada, ni llevará la cansada a cuestas; sino que comerá la carne de la engordada, y romperá sus pezuñas. 17¡Ay del pastor inútil que abandona el rebaño! Espada caiga sobre su brazo, y sobre su ojo derecho; del todo se secará su brazo, y su ojo derecho será totalmente oscurecido. |