2 Crónicas 33
Comentario de Matthew Henry
33:1-20 Hemos visto la maldad de Manasés; aquí tenemos su arrepentimiento, y una instancia memorable es de las riquezas de la misericordia y el perdón de Dios, y el poder de su gracia renovadora. Privados de su libertad, separados de sus malos consejeros y compañeros, sin ninguna perspectiva, sino de poner fin a sus días en una prisión miserable, Manasés pensó en lo que había pasado; empezó a clamar por misericordia y liberación. Confesó sus pecados, condenó a sí mismo, se humilló delante de Dios, odiando a sí mismo como un monstruo de la impiedad y la maldad. Sin embargo, él esperaba ser perdonado a través de la gran misericordia del Señor. Entonces reconoció Manasés que Jehová era Dios, capaz de entregar. Él lo conocía como un Dios de salvación; aprendió a temer, confiar en, amor, y obedecerle. A partir de este momento que dio a luz un nuevo personaje, y anduvo en novedad de vida. ¿Quién puede decir lo que se tortura de conciencia, lo punzadas de dolor, lo que los temores de la ira, ¿qué remordimientos agonizante que tuvo que soportar, al mirar hacia atrás en sus muchos años de apostasía y rebelión contra Dios; en su haber llevado a miles en el pecado y la perdición; y en su sangre-la culpabilidad en la persecución de un número de los hijos de Dios? ¿Y quién puede quejarse de que el camino del cielo está tapada, cuando ve a un pecador entrar? Digamos que el peor de los casos en contra de ti mismo, aquí está uno tan malo que encuentra el camino al arrepentimiento. Denegar no a ti mismo lo que Dios no ha negado a ti; no es tu pecado, sino tu impenitencia, que prohíbe a los cielos delante de ti.

33:21-25 El padre de Amón hizo mal, pero lo hizo peor. Sea cual sea las advertencias o las convicciones que tenía, nunca se humilló. Él pronto se cortó en sus pecados, e hizo una advertencia para todos los hombres a no abusar del ejemplo de la paciencia de Dios y la misericordia a Manasés, como un estímulo para continuar en el pecado. Que Dios nos ayude a ser honestos con nosotros mismos, y pensar correctamente respetando nuestro propio carácter, antes de que la muerte nos fija en un estado inmutable.

Comentario de Matthew Henry [1706], traducido del Inglés

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